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noviembre 30, 2009

Estás Viviendo?


Se trata de una incomprensible estupidez. Posiblemente la estupidez mejor disfrazada de todos los tiempos. Nos reímos y burlamos de los atrasos de la vida primitiva, cuando se trabajaba sólo lo necesario para estar provistos de techo, alimento y un modesto y bien cuidado vestuario. Cuando las personas disponían de tiempo para pensar, para reposar la digestión de lo que comían sin prisas, para conversar con quienes les acompañaban en el discurrir de la vida, para disponer de un espacio para el ocio o para asombrarse de los prodigios de la naturaleza en todas sus manifestaciones: humanas, celestes, vegetales, animales, pétreas o marinas.

Se supone que la vida es hermosa, tanto, que decía Blasco Ibáñez en La voluntad de vivir, que la vida es hermosa por sí misma, al punto que los sabios, que ni la inventaron ni la han estudiado con éxito en sus enigmas más hondos, la aman profundamente.

Pero la tarea humana ha sido complicarla cada vez más.

Comemos más de lo que requiere el organismo para su buen funcionamiento.

Bebemos –no agua– mucho más de lo que es saludable.

Trabajamos para rodearnos de cosas superfluas. Cada vez más superfluas, menos necesarias, objetos que pierden usualmente su importancia tan pronto los poseemos. Puede ser un formidable Mercedes-Benz, un Jaguar o un Porsche, que en verdad, después de su primer tiempo, se convierte simplemente en “el automóvil” que nos llevará de un punto a otro y cuya mayor importancia será la que le otorgan quienes carecen de un vehículo tal, lo cual habrá de repercutir acariciantemente en nuestro orgullo.

La vertiginosidad de la enardecida tecnología que torna obsoleto un computador, un teléfono celular, un sistema de acceso al Internet o prodigiosos sistemas automatizados para el manejo de la vivienda o el negocio, nos torna víctimas de una comercialización tecnológica efervescente y aperplejante.

Nos sustituyen la llave del hotel por una tarjeta plástica dotada de una clave magnética que, por mis experiencias, es más dada a fallar que una simple llave metálica. La computadora, que era el asombro de hace dos años, hoy es ridiculizada porque el nuevo modelo es más veloz (pero no nos hace pensar con mayor celeridad, ni mejor). Así mil cosas significativas de pagarés bancarios, intereses y cargos que apenas se entienden.

Pero hay cada vez menos tiempo para la familia, para las amistades, para el razonamiento, para el dolce far niente (el dulce no hacer nada) que acuñaron los italianos y el concepto les fue arrancado de la mano como cuando a un niñito se le arrebata un dulce.

Vivimos la prisa y la angustia de producir dinero que en verdad no podemos disfrutar, sino aparentar que disfrutamos dentro de un monstruoso brebaje de sadismo-masoquismo digno de las brujas de Macbeth, que removían su gran caldero ebullente de espantosas hechicerías chillando: Double, double, toil and trouble/ Fire burn and cauldron bubble.

Siento algo de aquelarre en las velocidades que no nos dejan vivir.

¿Qué hemos hecho con la vida?

¿Trabajar más horas para vivir menos?

El proceso ha sido rápido, pero no nuevo. Recuerdo un simpático chinito de Kow-Loon, en Hong Kong, cuando aún no habían llegado estos insoñables años de ausencia británica. Era joyero y para competir eficazmente contra sus competidores, que inundaban aquella avenida comercial con más luces que Broadway, trabajaba, alternándose con su esposa recién parida, las veinticuatro horas. Así podía vender más artículos y a mejores precios que sus cercanos negociantes. Pude adquirir un bello reloj-pulsera Girard-Perregaux, que recientemente había admirado en Suiza, casi a mitad de precio que en Ginebra.

¿Pero vale la pena vivir así?

¿Es esto vivir?

No cabe duda. Vivir es un misterio, pero como escribía Jacinto Benavente en Los intereses creados: No todo es farsa en la farsa; hay algo divino en nuestra vida que es una verdad eterna y que no puede acabar cuando la farsa acaba.

Cierto afamado crítico de arte inglés me aconsejó –y lo escuché con atención- que hay que evitar que la vida se convierta en una carrera de ratas.

Hagamos lo que tenemos que hacer. Hagámoslo lo mejor que podamos.

Pero sin olvidarnos de vivir.

Que no es lo mismo que producir: Lo que necesitamos y lo que no.

Fuente

Foto Propiedad de fviso.blogspot.es

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