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noviembre 04, 2009

Un Negocio Oscuro


¨La necesidad nunca hizo buenos negocios¨

Por donde se acuesta el sol se ven dos tipos de montañas: las tapizadas de arbustos y las calvas. En el horizonte del suroeste los pinos de las cordilleras dominicanas se asemejan a las crines de un corcel, mas la tupida vegetación se dispersa a medida que la vista se aproxima a la tierra de Toussaint y Dessalines.

Las sierras pelonas de Haití son la tarjeta de presentación de un pueblo que se mece entre la indigencia y la inanición de sus instituciones públicas.

La Repiblik Dayti tiene el aciago honor de coronar la serie de países más pobres del Hemisferio Occidental y de estar entre los paupérrimos del mundo. Con una esperanza de vida de 54 años, siendo 70 el promedio de la región, una mortalidad infantil de 71 bebés por cada mil que nacen, más de un 50% de iletrados, un ingreso per cápita de 510 dólares, según datos del Banco Mundial, y una tasa de desempleo que ronda el 65%, el catálogo está diseñado a la medida de los que manipulan la miseria de sus pobladores que huyen de sus desventuras hacia República Dominicana, su “tierra prometida”. A los traficantes de la mano de obra haitiana les llaman buscones en República Dominicana, passeur en Haití. Hasta la fecha el único acuerdo formal intergubernamental que se ha conocido para la contratación de braceros es el firmado por los dictadores Rafael Leonidas Trujillo y Francois Duvalier, en 1952, convenio que se mantuvo hasta el derrumbe de la dinastía duvalierista en 1986, cuando Jean Claude Duvalier, hijo de Francois, tuvo que abandonar la silla presidencial luego de un levantamiento popular considerado como el inicio del proceso de democratización de Haití. La informalidad ha matizado desde entonces el reclutamiento de los obreros haitianos, contribuyendo a la formación de redes de traficantes de ilegales que organizan los viajes a través de contactos localizados en ambos países. Hay quienes deciden hacer la travesía solos.

El caso de Futí Fristo, de 20 años, es un ejemplo. El martes 2 de julio éste decidió abandonar Chote, un pueblo del Sur haitiano, dejando atrás a sus padres y cuatro hermanos menores. Echaba días en su país por 50 pesos. Salió caminando a las cuatro de la madrugada; tardó 14 horas para llegar a Duvergé, donde evadió las autoridades fronterizas, logrando cruzar a territorio dominicano junto a cinco amigos. En Duvergé encontró a un buscón que le dio “una bola” a Puerto Escondido. El peregrinaje de ciudadanos haitianos hacia la frontera dominicana se intensifica en los meses de zafra (diciembre-setiembre). “En todos los sitios de Haití saben cuándo hay temporada, cuándo hay zafra. Ellos vienen y se quedan en El Limón, Jimaní. Los buscones saben y se van a las lomas para hacer promesas”, comenta Arturo Jean, un dominicano de ascendencia haitiana, de 53 años, que reside en el Batey 7 de la provincia Bahoruco. Su vecino, Alfredo Lebrón Vásquez, de 42 años, también de padres haitianos, lo secunda. “Los buscones los buscan en la frontera, engañándolos, diciéndoles que van al Este, pero los dejan en Barahona”.

Mercado de Ilegales

René Segal (nombre ficticio), es haitiano y tiene 48 años. Trabaja como ebanista en la construcción de un hotel en Malpasse, en la zona fronteriza de Jimaní, donde también ejerce de motoconchista. El pluriempleo le deja tiempo para participar en el negocio de los braceros. Sus colegas son Marcial René yDelunois.

Segal se encarga de buscar los braceros para entregárselos a los buscones dominicanos. La reunión es en Jimaní Viejo. “Yo cruzo a los braceros con una tarjeta que me da el gobierno para cuando hay viaje. Esa tarjeta es para cuando uno va a subir a la guagua. Yo cobro a los congos (braceros temporales) 100 pesos a cada uno”.

Cuando se reúne un grupo “considerable”, entre 20 y 30 personas, “ellos (los buscones) hablan con los jefes y ellos van a buscar a la gente”. Esto lo dice Carlos Baptiste (nombre ficticio), un dominicano de ascendencia haitiana, de 31 un años. Vive en uno de los bateyes el Sur y se codea con dos traficantes de ilegales. Narra que son sus amigos, que habla con ellos y que les cuenta sobre sus “negocios”. “Si ellos traen un viaje de 30 gentes, por cada persona cobran 100 pesos, 75 pesos…Los jefes de aquí pagan los chequeos (militares) para que dejen pasar. Si más o menos hay cuatro policías, para pasar hay que hablar con ellos y si hay que flojarles cualquier cosa la flojan y los dejan que pasen”. Baptiste no tuvo tapujos para describir el negocio ilícito de sus amigos, pero no quiso identificarlos, ni siquiera por sus apodos. El tenaz cuestionamiento ni la magia del Cuarto Poder pudieron perforar el muro de lealtad con que protege a sus relacionados. Lo que entiende por ética superó el afán de protagonismo.

La tarifas de los camaradas de Baptiste pudieran ser de las más bajas del “mercado”, puesto que los buscones cobran entre 400 y 600 pesos dominicanos por cada “pasajero”, de acuerdo con el informe “Tras la Huella de los Braceros Haitianos”, de Coalición Nacional para los Derechos de los Haitianos, Centro Puente y Plataforma Haitiana para los Derechos Humanos.

El ¨Hostal¨ de Chong

En las lomas tapizadas del suroeste dominicano vive un hombre llamado Chong, de 56 años. Mencionar su apelativo en las zonas cañeras crea un ambiente de familiaridad, especialmente entre los braceros, porque muchos de ellos se han “hospedado” en terrenos aledaños a su casa en Puerto Escondido, donde convive con Doune Do, una haitiana de 52 años, con quien ha procreado 6 de sus 11 hijos. Nuestra visita a la residencia de Chong, el viernes 23 de agosto, era inesperada. Nadie respondía. Minutos más tarde, Doune se acercaba con pasos lentos con una de sus hijas, María. Presentados los “desconocidos”, ofreció asiento con el mismo retraimiento con que llegó. Contó que se casó con Chong hace 20 años, a quien conoció en un mercado en Haití. Los recuerdos amorosos le sacaban carcajadas de regocijo. Dice que llegó a República Dominicana en un camión, pero no dio detalles del trayecto. Sus días transcurren haciendo de ama de casa, mientras Chong trabaja en su parcela, donde siembra ajíes y habichuelas. De las actividades extras de Chong no se dio por enterada.

Los guías haitianos que acompañaron al equipo de AHORA a Puerto Escondido, Cheri y Alexis, recreaban su estadía en los terrenos donde Chong los había acomodado. La enramada donde dormían y el riachuelo donde se bañaban. Cuando nos dirigíamos al vehículo con la intención de regresar, el individuo más conocido entre los picadores de caña de los bateyes del Sur hacía su entrada. El aura de misterio que rodeaba a Chong por la naturaleza de sus actividades se desvanecía a medida que su figura enjuta y diminuta se acercaba sobre un motor tipo 70. Esta vez no había silla y con la desenvoltura que no tuvo Doune se acomodó en el suelo.

Chong aseguró que recibe en su parcela los haitianos que le llevan “buscones especiales”, tanto dominicanos como haitianos. Y que recibe de “la gente de la caña” entre 40 y 50 pesos por cada bracero que acoge. “Mi trabajo es atenderlos, con la comida y portarme bien con ellos y que no pasen hambre en los días que van a estar aquí. Cuando se van a levantar (recoger) los obreros, lo que hacen los militares es ponerlos en fila (a los obreros) y registrar los bultos a ver si hay algo malo. Migración viene aquí y por medio de Migración salen los obreros”. Chong dijo que el contacto entre los ingenios y Migración es un tal Espín, “un moreno dominicano” residente en San Pedro de Macorís, y quien indaga la cantidad de potenciales jornaleros que se necesitan para rastrearlos en la frontera. Entre los nombres de los buscones se barajan Peter, René, Delunois, Sanó y Then, algunos de nacionalidad haitiana con cédula dominicana. En lo que va de año, en la parcela de Chong se han alojado entre 5 y 7 mil haitianos.

Foto Propiedad de www.igooh.com

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