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noviembre 26, 2010

El día que el campo descansó..

Transcurría un día lluvioso, escampaba y aclaraba en ese cielo caribeño turquí. Rocío, formaban gotas en el techo de zinc, goteaban por dentro de la casa, en la noche donde la bruma cubría como un manto, las sabanas, las lomitas, el arroyo, y el caminito al pueblo.

Aire nítido, en un suspiro junto al olor del café recién colado, aspiraba esa mañanita. Mis huesos entumidos por el fresquito tenue, que penetraba por los tablones de mi cobijo. En la hamaca allí se mecía mi gato en el zaguán, acurrucado con miedo a empaparse del agua que corría por la tierra, lodo y charcos donde los macos saltaban de un lado para otro. Los perros solo se espantaban las moscas, hocicos caídos, engruñados también por la jarisna, empapaba con sus remates, al que se posaba debajo de ella y no se guarecía aunque fuera con una yagua.

Parecía una pintura aquella estampa tan acogedora, el verdor resplandeciente del campo, esparcidas golondrinas que junto a las nubes aguajeras; adornaban en la altura radiante aquel, azulado verdoso cielo.

Agua lluvia, la tinaja y unos cuantos bidones eran nuestra esperanza de tomar agua pura. Ordeño que era un suplicio cuando las vacas enterraban sus pezuñas en el negro lodazal. Nubes grises y negras se divisaban allá a lo lejos en las montanas más altas. Agua, veríamos correr por el arroyo, si pronto no achicábamos los becerros que estaban del otro lado de la parcela.

Botas de gomas, no les cabía más humedad, mazamorra en los pies era de esperarse. Cantos de gallos, las gallinas algunas no salían del corral, parecían bailarinas saltando con sus alas encogidas; otras encogían su cocote y comían lombrices desorbitadas. Un día tranquilo sin mucho apuro, los tizones se sofocaban queriendo también pausa. Eso era, un día de descanso, día lluvioso, día de sopa boba con cilantro ancho y malagueta.

Ni la letrina tenía parroquianos ese día, para eso estaba la bacinilla. Mosquiteros que no se quitaban, ni cama se arreglaba, cada quien buscaba su propio resguardo. Donde guarecerse y tomarse un tecesito de jengibre, y cerrar los ojos sin pestañear. El campo allí silente celebraba la lluvia refrescante, que hizo a todo el mundo guarecerse; y el también tomarse un día de descanso.


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