Esta señora (Doña María) es una vendedora de vegetales del mercado de Duvergé. Esa risa peculiar que enaltece el buen vivir de una persona de 89 años, me produce una envidia de la buena. Un ser que debe haber pasado las mil y una y a pesar de eso sonríe con una mímica saludable, alegre, sincera y contagiosa de las que muy pocos acomodados pueden hoy hacer gala… un ser agradable y encantador que me cautivó mientras le hacía estas fotos.
Era un momento de tranquilidad mientras me reparaba en un zapatero del mercado de Duvergé (de los que ya no aparecen) mis botas nuevas cuyas suelas fueron arrancadas por el lodo encementado del fondo de la laguna Rincón o de Cabral en el Peñón de Barahona.
La ancianidad es una etapa de dulzura donde se descubren miles de sentimientos antes escondidos en las personas, descubres facetas en ellos que la vida misma les obliga a destapar. Quien no recuerda a un abuelito o abuelita con cariño, con imágenes muy bien fijadas en los recuerdos de antaños que parecen estar sucediendo hoy.
Una imagen por demás trabajada por 3 horas, haciéndole resaltar cada badén de cada pliegue de piel con un pincel de 2 pixeles de diámetro y un tono de sombra. Una imagen que aprecio pues a parte de ser de mis pocos retratos, es el que más domine el conocer su sonrisa natural y no posada pues tuve casi una hora para estudiar a la señora mientras pensaba como le haría las fotos sin que se molestara… pero resulta que la experiencia ya me dice que los sureños son personas muy cálidas y te permiten hacerles fotos a la mayoría sin problemas.
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