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diciembre 13, 2010

Rostros Dameros [Pallío]

Pallío está acompañado del general médico Rafael Leonidas Pérez y Pérez, quien nos suministró estos datos, con amigos, comiendo cañas en el Conuco de éste en 1989.

Los cocoteros están de pencas caídas. Las gallinas no cacarean. El gallo quiere marcharse. Las cañas están sin guajanas. Los peces no nadan. Los puercos no chillan. Hasta la traviesa culebra y el escurridizo hurón roba huevos, están de compungidos. En fin, hay luto en el conuco. El reloj de tu vida se detuvo Pallío, ese sábado 15.

El 15 de marzo, 1997, horas de la tarde, frente a tu morada-conuco-balneario, en tu Duvergé querido, súbitamente entregaste tu hospitalidad, ¡oh!, digo, tu alma, al Altísimo. Te lloró tu pueblo. Niños, jóvenes, ancianos, todos, todos te lloraron.

El pudiente, el indigente, el bueno, el malo, el feo, el bonito, el sano, el enfermo, el prieto, el blanco, el mulato, el mestizo, el español, ¨el turco¨, el haitiano, el chismoso, el envidioso, el pedante, el engreído, el cura, el pastor (de fieles), el intelectual, el analfabeto, el obrero, el profesional, el técnico, el empírico, etc., etc.; allá en tu lar nativo como fuera de él, todos, todos te lloraron. ¡Y claro que yo, Pallío!

Eligio Pérez (Pallío) fue ejemplo de hombre de bien en Duvergé (y donde quiera que caminó).

En su predio agrícola, con paradisíaco balneario, acogía todo visitante, local o foráneo.

Era todo anécdota, era todo sonrisa, era todo amabilidad. En una de mis acostumbradas visitas, aquella vez con acompañantes de la capital, en 1989; me obsequió cañas de las más dulces que he comido en mi vida y con orgullo, pelándolas me decía que eran simientes de las de los trapiches dameros (duvergenses) de antaño.

Advertí a mis acompañantes que no comieran tanto de la dulce gramínea porque no tendrían cupo para el almuerzo que nos esperaba. Pallío aún anciano (hasta poco antes de su muerte) mantenía una vitalidad inaudita. Subía a los altos cocoteros a tumbarnos melosos cocos de abundantísima agua. Cocinaba sabrosísimo. Fue un maestro del arte culinario conuquero. Tilapias con coco y moro de habichuelas o de guandules. Jaibas salcochadas acompañaban al rulo o al guineo. Chivo guisado que hacía la boca agua. Eran platos de su menú, nunca jamás empachoso.

Varias veces le dije que viniera a la capital a chequearse en mi consultorio. Se nos puso terco en ese aspecto (salud) el viejo. Al día siguiente de su óbito, el domingo 16, bajó pallío a la tumba en franca aventura, para que la madre tierra le devele el secreto para mejores cultivos con tal de él, noche tras noche irlo dando a esforzados agricultores duvergenses, sus colegas, en sus sueños.

Duvergé te acogió en sus entrañas como fértil semilla para que de tu ejemplo germine grande, bien grande y frondoso el árbol de la hospitalidad, de cuyos sabrosos frutos, en cosechas inacabables, comerán si ahitarse los hijos bienintencionados de la vieja Las Damas.

¡Te nos fuiste ecólogo por si propio!

¡Que en paz descanse Pallío!

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