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abril 21, 2010

Caretas de Trampa


Los habitantes de la sociedad contemporánea estamos inmersos desde que nacemos en la trampa de la competitividad, de la acumulación de cosas y logros materiales como única vía a la felicidad y a la realización plena de la vida. Poseer es la obligación que nos impone el modelo social en el que vivimos; desde nuestros primeros pasos en la vida se nos impone competir y ser acaudalado en bienes materiales es la carta de presentacion ante la sociedad, no importando los fines usados para acumular riquezas.

La familia, la escuela, los juegos, los medios de comunicación, las normas sociales y las metas que este modelo cultural nos obliga a imponernos, nos empujan a una carrera sin fin por poseer, por acumular, por competir y sobresalir en todas y cada una de las facetas de nuestra existencia. Se nos enseña a despreciar o a ignorar el placer de hacer los cosas únicamente por el gusto de realizarlas, por la íntima o compartida satisfacción del trabajo bien hecho, o por el esfuerzo puesto en práctica, siempre ese trabajo, esfuerzo o logro se medirá en términos de mejor o peor con el que otro ha obtenido o realizado. La solidaridad, la cooperación y la falta de agresividad son deslegitimadas y etiquetadas como obstáculos que estorbarán o impedirán ser “alguien” en la vida.

Ya de adultos el éxito se mide, o mejor, se contabiliza, casi exclusivamente por la cuota de poder, por la capacidad adquisitiva o por la fama individual que la persona haya logrado obtener, sin importar en absoluto los medios a través de los cuales haya logrado esos fines.

La propia dinámica del capitalismo genera un hombre individualista, utilitarista, empujado a competir y sustentado por la ambición, porque en este modelo, ya lo sabemos, tener equivale a ser.

El verdadero y generalmente oculto drama del individualismo y la competitividad es que produce un solo triunfador a costa de innumerables perdedores.


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